martes, 23 de junio de 2015

De izquierdas, iglesias y política

"Lo fundamental es la honestidad, eso (los temas de aborto y uniones gay) con todo respeto y autenticidad, lo considero como algo no tan importante, lo importante en México es que se acabe con la corrupción, nada ha dañado más a México que la deshonestidad" López Obrador.

Desconozco exactamente cuál fue la pregunta que detonó esta opinión, pero lo cierto es que mucha gente de izquierda “se lo come”. ¿Cuál o cuáles izquierdas? Aquí inicia el primer punto complicado y conflictivo, pues los posicionamientos políticos que se asumen como tales son de lo más diverso, y en mi experiencia va desde los gays progresistas de clase media que sistemáticamente votan por el PAN (conozco a varios hombres, pero eso si, a ninguna mujer lesbiana que apueste por acción nacional, aunque no niego ni descarto su existencia) hasta católicos y evangélicos pro-vida que le han apostado al PRD o Morena, eso sin tomar en cuenta a los leninistas, trosquistas, anarcos, y demás especímenes cuya fe en la revolución y desprecio por la democracia es homólogo a la fe en el regreso de Cristo y el rechazo hacia las cosas "del mundo". Y claro, todos dicen que ellos son o la izquierda verdadera, o por lo menos, "la buena"... Y aquí el ser "radical" puede ser visto, en algunos casos, como algo positivo o algo negativo... ¿Hay una izquierda auténtica o verdadera? Me declaro incompetente para un pronunciamiento tan profundo.

Pero no hay que ser un genio para saber que, al menos en el caso mexicano, esa diversidad de posicionamientos, más que enriquecer la discusión ha obstaculizado las posibilidades de que, fuera del DF y algunos estados, se propongan alternativas más o menos viables a un régimen que, paradojicamente, es neo-liberal y neo-conservador al mismo tiempo. Algunos dirían que, ante un escenario como tal, lo más prudente sería centrar los esfuerzos en lo que une a las izquierdas, y dejar momentáneamente de lado lo que las divide, pero es precisamente esa actitud pragmática la que le ha valido a Obrador ser calificado como conservador, retrógrada, y la abundante serie de adjetivos que brotan de la pluma y los labios de gente como Denisse Dresser. No me interesa cuestionar su credibilidad política o intelectual, pues Ackerman y Noroña le han respondido con argumentos que, al igual que los suyos, son "ad hominem" (y aquí el machismo implícito de la herencia latina se nos aparece por medio del lenguaje), pero debo reconocer que la crítica al "conservadurismo" de Obrador tiene un punto: si el matrimonio igualitario y la autonomía de las mujeres con respecto a su cuerpo son derechos humanos, éstos no deberían ni de estar en un segundo término ni sujetos a negociación en las cámaras (en algún momento del 2012, Obrador dijo que haría una consulta ciudadana al respecto).

Pero me atrevo a plantear, con tono de hipótesis que no me comprometo a demostrar científicamente, pues soy historiador y no sociólogo o antropólogo, que la postura "tibia" de Obrador obedece a razones políticas de otro tipo. De unos años para acá, las iglesias evangélicas se han convertido en actores políticos fundamentales de nuestro país, y son una mezcla sumamente interesante (y para unos preocupante) de fundamentalismo estadounidense y clientelismo-corporativismo priista. Y aunque son una minoría, el votar en bloques y con una lógica corporativa les permitió convertirse en la base de Calderón al interior del PAN (al respecto recomiendo la investigación de una amiga politóloga e historiadora poblana, Xóchitl Campos), colocar a su personal dentro de puestos públicos a nivel municipal y estatal, tales como las dependencias que atienden los "asuntos religiosos", formar un partido político en BC que más tarde alcanzó su registro a nivel nacional, algo que se logró, según algunos pastores "gracias al voto de los cristianos"; no habría que dejar de lado el asistencialismo que se delega a algunas iglesias que podríamos calificar como "neo-pentecostales" (etnografías informales mías y de mi novia), y toda una serie de prácticas de clientelismo en iglesias pequeñas y medianas que vienen penetrando no solo al PES y al PAN, sino también al PRI, al PANAL y a MORENA (esté uno en familia, en la calle, en el trabajo o con los amigos, uno ya no se quita el chip de científico social).

Comentarios de púlpito evangélico: "No porque el candidato venga a la iglesia significa que hay que votar por él" logran conciliar, al menos en el discurso, dos de los ejes por medio de los cuales el PRI nos enseñó a "hacer política": no mezclar la religión y la política, pero hacer campaña donde los votos se darán en bloque y no de manera individual. Así, el surgimiento de una sociedad post-secular (es decir, una que aunque no gira alrededor de la religión, tolera que ésta tenga expresiones sociales) nos ha dado en México un nuevo conjunto de actores políticos que, ante elecciones cerradas, tienen la posibilidad de definirlas. Aunque digan que no son "clientelas", hay una buena parte de electores evangélicos que al parecer votan en bloque (recordemos que ésta es una categoría etic, es decir, del observador), no sólo por su partido, sino por aquellos candidatos que ofrezcan garantías de incluir algunos de sus principios significativos en su agenda (valores, familia, etc.)No es secreto que en la campaña de 2012, Obrador lanzó una serie de frases de carácter religioso cuyo referente no huele a catolicismo (aunque sería interesante pensar el trasfondo de las siglas de su partido, en un país con muchos guadalupanos) sino a predicador evangélico, y desde el 2006 se rumoró que se había acercado bastante a iglesias de este corte. Por eso, no es de extrañar que cuando le pregunten por su opinión sobre el matrimonio homosexual o el aborto, más que opinar, se salga por la tangente, pues aunque un pronunciamiento firme "de izquierda" le valdría el voto de muchos ciudadanos, implicaría ganarse la enemistad de muchas iglesias.

¿Esto es una fortaleza o una debilidad? Depende desde dónde lo observemos. Marx en su momento criticó el anticlericalismo de Bakunin, por dividir a la clase obrera, y los líderes bolcheviques hicieron lo suyo con el feminismo por más o menos las mismas razones; pero la homofobia de los comunistas franceses les hizo perder la militancia de Michel Foucault, y el anticlericalismo de los marxistas del siglo XX nos permite entender su rotundo fracaso en latinoamérica. Morena es, con todo lo cuestionable, de los pocos partidos con una agenda orientada, entre muchas cosas, al respeto a la diversidad sexual (quien sabe si con el consenso o la simple tolerancia de su líder); si con eso logran obtener el voto evangélico, estaríamos ante una real-politik maquiavélica (en el mejor sentido de la palabra), pero como siempre, nos encontramos con el mismo dilema que en la ética: orientarnos por nuestros principios no siempre da los mejores resultados (al menos, electorales), y si ponemos los objetivos como prioridad, tendremos que sacrificar, o por lo menos ocultar, algunos de estos principios.

Mientras tanto, los hechos más recientes en el mundo nos despiertan del agradable sueño posmoderno de que el mundo caminaba inevitablemente a la democratización y liberalización de los mercados. Hay nuevos apartheids en ex-colonias europeas, y crímenes raciales en EU, el capitalismo más exitoso es el Chino, y lo es sin democracia, sin libre mercado y sin derechos humanos, en México nos matamos como en tiempos de la revolución, con armas estadounidenses y alemanas, pero esta vez sin una revolución, y los fundamentalismos, tachados de "antimodernos" no serían posibles, paradójicamente, sin las armas y la tecnología modernas. Por ello, tal vez sea el momento de por lo menos asumir que hacer política es, si no bueno, necesario, pero para que haya política de verdad es necesario reconocer que existen diferencias y antagonismos en nuestras sociedades, de lo contrario, no tendremos sino una élite que administra territorios y vidas, pues aunque lo hace en nombre "del pueblo" y del "bien común", estos posiblemente no existen más allá de nuestro pobre, limitado e insuficiente lenguaje.
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