lunes, 13 de abril de 2015

Jesús y el Islam

Un día, en el año 2015, Jesús discutía con sus amigos posmodernos y les contó una historia: Dos mujeres fueron durante la Semana Santa a sus respectivos recintos de culto, una era cristiana y la otra musulmana, y aunque sólo se conocían de vista, caminaron juntas por un par de cuadras.

La mujer cristiana observaba a la otra de reojo y pensaba: Mi abuela usaba un velo parecido al suyo, pero gracias a Dios, desde el Concilio Vaticano II se abolió esa norma, y no sólo se da la misa en español, sino que también nos permiten sentarnos juntos a hombres y mujeres ¡Imagínate rezar en árabe, entrar cubierta al templo y no poder ni darle la mano a los hombres! Ella ya no era católica, sus necesidades espirituales y sus ideas con respecto a la equidad de género las había encontrado en una iglesia evangélica, ahí no había ídolos, y las mujeres podían predicar. La mujer musulmana iba pensando en lo difícil que era serlo en un país de mayoría católica, pero extrañamente, se sentía más segura desde que utilizaba ropas holgadas y velo, así al menos los hombres no le chiflaban ni le miraban el trasero cuando caminaba sola por la calle.

Después de las dos cuadras se separaron, y cada una llegó a su destino. En los meses pasados habían circulado noticias terribles sobre el Medio Oriente y África, de matanzas perpetradas por algunos grupos de extremistas islámicos. Era Viernes Santo, y por esa razón habían coincidido en el camino. Aunque no era un tema central de ninguna de sus ceremonias religiosas, el asunto estuvo presente en las oraciones de las dos.

La mujer cristiana oró así: Gracias Jesucristo por haberme salvado, y porque con tu sacrificio no sólo salvaste mi alma, sino que además me salvaste como mujer de ser parte de una religión y una cultura machista como el Islam. Gracias porque aquí todos somos iguales, no usamos velo, las mujeres tenemos voz, y sobre todo, porque somos una religión que predica la paz y el amor; te pido por todos los cristianos que viven en países musulmanes, pues su propio libro sagrado les incita a la guerra, pero así como Jesús se mantuvo fiel hasta el fin, algo que recordamos este día, sé que ellos también podrán perseverar. Mientras oraba, un joven la observaba de reojo y pensaba en lo bien que se veía, e intercalaba sus oraciones con sus planes para, al final del servicio, invitarla a tomar un café, y soñaba en casarse con ella y formar una familia; de hecho tuvo que hacer un enorme esfuerzo para que no llegaran pensamientos impuros a su mente.

La mujer musulmana oró así: Al-lah, perdóname porque soy pecadora, porque mi anterior matrimonio fracasó no sólo por culpa suya sino también por malas decisiones mías. Perdona también a mis hermanos musulmanes que en tu nombre cometieron esos terribles crímenes, y cuida de todas sus víctimas, sin importar de la religión que sean. A ella nadie la observaba, pues en ese lugar de la mesquita no podían entrar los hombres. Después se sentó a platicar con sus hermanas.

Jesús les dijo: Yo les aseguro que ambas regresaron a sus casas tranquilas, con sus necesidades espirituales satisfechas, pues ambas eran buenas mujeres, trabajadores y honestas. Después de un silencio incómodo, alguien le preguntó:
- Pero ya, dinos ¿A cuál de las dos le hizo caso tu papá?
- Si recuerdan lo que mi amigo Lucas escribió en el capítulo ocho de mi biografía, se darán cuenta que a mi papá le agradó más la oración de la segunda.

Sus amigos lo cuestionaron ¿Cómo puedes aprobar una religión que no sólo no te reconoce como Hijo de Dios, sino que somete a las mujeres de esa forma? Jesús respondió: no hablo de religiones sino de actitudes, y mientras la actitud de la mujer musulmana le permitía reconocer que en su persona había errores, la mujer cristiana se sentía libre de ellos, y cuando volteaba a ver al otro era para compararse con él y sentirse orgullosa de sí misma y de su religión, eso, ustedes deberían de saberlo, se llama narcisismo, y si estás enamorado de tí mismo, no es posible amar al Otro ¿No es eso lo que mi papá quería?

Uno de sus amigos interrumpió y le dijo: Se nos acabaron las cervezas. No importa, yo invito la siguiente ronda, dijo Jesús, así lo hago desde Canán, y por cierto, mi mamá siempre llevaba velo.