jueves, 26 de marzo de 2015

Raite

- Súbase
- ¿Para donde va?
- Para la Cárdenas, lo dejamos ahí arriba.

No lo pensé dos veces, tomé un poco de impulso y me subí a la caja de la camioneta. Venían de Playas, iban para la colonia Jardines, quien me acompañaba en la parte trasera del vehículo me dijo que estaba pintando una casa. No me molesta caminar, pero nunca desprecio un raite. Era la segunda ocasión que me lo ofrecía un desconocido; la primera vez fue un taxista. En ambos casos me hicieron comentarios sobre el calor y lo pesado de la subida.

- ¿Estudias allá arriba?
- No, soy profesor.
- ¿De qué?
- De historia, doy clase de 4 a 6.
- Ah ¿no da clases todo el día?
- Vengo de mi hora de comida, y hoy salgo temprano, porque mis alumnos de maestría están de vacaciones.
- Es lo bueno de estudiar ¿verdad?
- Pues no se crea, aún con estudios está difícil encontrar chamba. Además, todo trabajo tiene su chiste, yo ahorita no aguantaría pintar una casa con este calor...

La conversación sobre el clima y el trabajo siguió por un par de minutos. Me bajé cuidando que no se me cayera la mochila, les agradecí el aventón y me despedí. Por un momento me pregunté quien tenía más que temer, si ellos de "levantar" a un desconocido, o yo de subirme a un carro viejo, sin placas y con gente "de esas colonias". Pero eso me resultó irrelevante ante el gesto de hospitalidad de un desconocido, al cual no supe como responder, y lo mejor es que ellos tampoco esperaban una respuesta, solo que el greñudo de la mochila se cansara y asoleara menos. Ojalá algún día pueda ser como ellos.

martes, 24 de marzo de 2015

Entre clases

Terminó la clase hace rato. Leímos el Nican Mopohua después de ver un documental sobre la "Conquista espiritual" de México... algunas veces disfrutamos las clases, ellos, ellas y yo, otras apenas nos toleramos. Platicábamos sobre las conferencias de Judit Butler, nuestro amor platónico en común, aunque yo apenas le empiezo a entender. El sol acaba de sumergirse en el mar, y no lo pude ver por estar pensando en estas líneas que acabo de teclear. No me queda claro con quien estoy hablando, si con otro, así con minúscula, pequeño, temeroso e insignificante como yo, o con Otro, grandote, con mayúscula, cuya existencia o no existencia serían capaces de atormentarme por igual, así que evito pensar en Él (o Ella).

Las máquinas suenan, los minutos se van lento. En menos de una hora entraré con mis alumnas y mi alumno de enfermería, comentaremos una lectura, yo hablaré, y espero poder hacerlos hablar y pensar. Tal vez alguien me de raite, aunque nunca me ha molestado caminar, e intentaré dormir. A veces disfruto esta vida, y cuando no lo hago, evito sentirme culpable por ello; después de todo, estoy de paso, y planeo, no sé como, deshacerme de lo más que pueda antes de irme. Tal vez regrese, tal vez no, ¿qué es lo que quiero? Leer, escribir y enseñar, eso lo puedo hacer aquí o en otro lado.

¿Pensar? Eso no lo puedo evitar. La periodista censurada, los campesinos que se sublevan al sur, por donde hace unos años iba "de misiones" o a la "experiencia rural", los que no aparecen, los que no se quieren ir, el luchador cuyo accidente mortal presencié, los alumnos, los profes, mis ex-profesores con quien innecesariamente me endeudé -no con dinero sino con palabras que no terminan de acomodarse-, mi mamá y mi papá, mis hermanos, el profe, la contadora y el carpintero; colegas, familia, amigos...

Alguien llegó, al parecer se dispone a comer. Pasaron como veinte minutos, quiero café y debo seguir leyendo, pues además de las clases, me pidieron hablar sobre los tiempos, los lugares y las personas con las que vivió el maestro. Dicen que los historiadores podemos ayudarle a otros a imaginarse a los muertos, a los que ya no están, a los que no conocimos. Así nos ganamos la vida, y me gusta.