Durante su visita a Las
Islas Filipinas, uno de los países que más claramente han vivido
procesos de colonización, Francisco, el obispo de Roma, lanzó una
serie de declaraciones en múltiples direcciones que, en última
instancia, nos mostraron la dificultad de ubicar su postura en el
espectro ideológico de la ciencia política ¿derecha o izquierda?
Tal vez un poco de las dos, tal vez, en esencia, otra cosa (que
aclaro, no es algo que aplauda o admire, pero es necesario
comprender). Además de la “teología del llanto” y de las
muestras de admiración hacia el catolicismo popular de las
Filipinas, Francisco hizo un comentario que nos alerta de que, si
bien podría ser el “nuevo héroe de la izquierda” como lo dijo
el diario británico The Guardian, lo
es de una izquierda como la de los años 60 y 70, una izquierda
conservadora. Calificar como una forma de “colonización
ideológica” la aceptación de formas familiares que no son
encabezadas por una pareja heterosexual es un detalle que no
deberíamos pasar desapercibido.
Alguna
vez escuche de un estudioso de la religión que al haber elegido a un
jesuita como papa, por primera vez podríamos saber lo que uno de los
“soldados de Cristo” piensa de verdad, pues su cuarto voto (de
obediencia al papa) suele constituir una de las formas más
elaboradas de auto-censura en la historia del mundo occidental. Pero
tal vez este nuevo obispo de Roma es menos poderoso de lo que
pensamos, pues su forma de tocar temas como la homosexualidad o el
divorcio, aún con lo apegado al catecismo que pudiera estar, generó
escándalo en muchos clérigos y fieles del ala más conservadora,
por lo que es comprensible que, ante las críticas desde la derecha y
los rumores de cisma, esté intentando contrarrestar su “progresismo”
con una dosis de conservadurismo que mantenga a la derecha dentro del
redil. Pero tampoco debería de sorprendernos si su “defensa de la
familia” es algo más que un gesto retórico y realmente proviene
de una convicción profunda, basta con ver a Samuel Ruiz, ex-obispo
de Chiapas, como unos lentes menos hagiográficos (como si fuera un
santo) para notar que en la iglesia católica, es posible estar a
favor de la igualdad entre pobres y ricos, pero no de la igualdad
entre homosexuales y hetrosexuales. Finalmente, la idea de una
igualdad radical es sumamente transgresora, y sabrá Dios si algún
día la tomaremos en serio.
Pero
lo no dicho, quien sabe si por ignorancia o con la intencionalidad
que caracteriza a la retórica, es que el modelo tradicional de
familia no necesariamente estaba presente en los pueblos colonizados
por la Europa cristiana. De hecho, ese fue uno de los mayores
problemas que enfrentaron los misioneros, primero jesuitas, luego
franciscanos y dominicos, al ocupar e intentar evangelizar el
nortoeste de México. En muchos contextos, asumir la forma
tradicional (¿tradicional según quién y para quién?) de familia
fue resultado de una violenta colonización. Y este es el punto donde
“su mensaje” se vuelve más ambiguo, pues también en estos días
anunció la canonización de Junípero Serra OFM, cuyo mérito fue
ser uno de los grandes misioneros del continente americano, siendo
parte fundamental, junto con sus hermanos, del proceso -en unos
sentidos exitoso, en otros fallido- de colonización española en el
noroeste mexicano y las Californias. El asunto es que desde la década
de 1980 la canonización de este franciscano ha encontrado una
notable oposición de parte de los indígenas del sur de California,
para quienes no debe proponerse como modelo de santidad a quien jugó
un papel central en el sometimiento de sus antepasados. Surge
entonces la pregunta ¿Cuál es la postura de esta iglesia ante el
“colonialismo”? ¿O es que acaso hay algunos colonialismos
mejores o peores que otros? Y de ser así ¿El “colonialismo” que
iguala los derechos de los no heterosexuales a formar una familia es
condenable, pero no el que llevó a los pueblos nativos del norte de
América al borde de la extinción, independientemente de las buenas
intenciones de los misioneros?
Más
allá de la crítica a una u otra declaración (que considero
necesaria, si es que nos interesa lograr el aggiornamento
prometido hace décadas) considero pertinente resaltar que, pese a la
aparente ruptura pastoral de Bergoglio con los papados anteriores,
hay una continuidad de fondo: el uso que ha dado de la máquina de
hacer santos que renovó y aceitó el polaco Karol Woijtyla, que el
año pasado le llevó a los altares. Una respuesta hasta cierto punto
bien pensada de algunos católicos es que, en el fondo, lo importante
es el uso que el papa pueda darle a las recientes canonizaciones, y
cómo éstas le permiten resaltar ciertos valores que en este momento
considera indispensables para la promoción de la fe y la lucha por
la justicia. Pero ¿no implica el discurso hagiográficao de entrada,
una deshumanización de los santos al proponerlos como modelos
inalcanzables para la mayoría de los católicos? Y en el caso
específico de Serra ¿No está valiéndose de un cariz sagrado para
ganar a los pueblos indígenas una batalla por la memoria que, en
dado caso, debería resolverse en la búsqueda de la verdad, y no en
la consagración de ciertos arquetipos?
La
deuda del cristianismo con los pueblos colonizados es mucha, y de
asumir la causa de su “descolonización”, valdría la pena partir
de una crítica (y no del distanciamiento o del olvido) sobre el
papel que la propia religión cristiana, en muchas de sus variantes,
ha cumplido y sigue cumpliendo en esto, y con ello replantear el
discurso hagiográfico que solemos hacer de los misioneros, no para
condenarlos, sino para que antes que convertirlos en modelos, seamos
capaces de identificar todos “nuestros pecados pasados” (si es
que en verdad creemos que la iglesia es una) y en la medida de las
posibilidades de estos tiempos, hacer todo lo posible por
enmendarlos, acercándonos a los pueblos indígenas de hoy en día y
acompañándolos en su lucha por su liberación. De otro modo,
habremos rechazado la posibilidad que la historia nos brinda de hacer
un verdadero acto de contricción, y seguiremos viviendo en ese
narcisismo que ha caracterizado al cristianismo en la modernidad, que
enamorado de su propia imagen (proyectada en el espejo del pasado)
termina, a veces inocente e inconscientemente, dando la espalda al
otro que llama a nuestra puerta y nos exige justicia, por lo menos,
en la manera en que reinventamos nuestra memoria y la de los otros.
Aclaro que esto no "desmerece" todos los gestos renovadores de Francisco, pero pienso que uno de los mayores males, no sólo del catolicismo, sino del cristianismo contemporáneo, es la ausencia, condena y marginalidad de la crítica, la cual siempre habrá de perturbar nuestra tranquilidad. Pero si "la iglesia" o "nuestros hermanos cristianos" fueran perfectos ¿qué mérito tendría amarlos?
Aclaro que esto no "desmerece" todos los gestos renovadores de Francisco, pero pienso que uno de los mayores males, no sólo del catolicismo, sino del cristianismo contemporáneo, es la ausencia, condena y marginalidad de la crítica, la cual siempre habrá de perturbar nuestra tranquilidad. Pero si "la iglesia" o "nuestros hermanos cristianos" fueran perfectos ¿qué mérito tendría amarlos?