La noticia de la próxima
canonización de dos obispos de Roma del siglo XX ha resultado en varios
sentidos controversial. Las razones son varias, en especial con respecto al
polaco Karol Wojtyla, pues el vituperio de los tradicionalistas hacia Angelo
Giuseppe Roncalli parece que se ha ido junto con el espíritu de renovación
conciliar. Los cuestionamientos más ruidosos, que vienen desde los mismos
creyentes católicos, tienen que ver con la protección y encubrimiento que brindó
a las situaciones de abuso con respecto a la pederastia clerical, especialmente
al caso de Marcial Maciel, fundador de los legionarios de Cristo en nuestro
país.
A
esto podríamos sumarle su tradicionalismo, su hostilidad hacia la teología de
la liberación, y una larga lista de situaciones que hacen que para muchos
católicos, su vida no sea un ejemplo digno de imitarse, sino todo lo contrario.
Sobre éste asunto tengo poco que decir, ya que aunque la teología sigue siendo
como la historia, citando a Luis González y González, una disciplina sobre la
que puede opinar cualquier “hijo de vecino”, no me interesa hablar a favor o en
contra de la santidad del polaco. Lo que en este caso me resulta sumamente
interesante es la operación simbólica e institucional implicada en su
canonización, que nos dice mucho (y probablemente más) del catolicismo
contemporáneo, así como del pontificado del nuevo o próximo santo, a quien ya en vida
se le llegó a venerar como tal en nuestro país.
Los
procesos por los cuales la iglesia católica, como religión y como institución,
declaran santo a un personaje son complejos, y es en ellos donde podemos ubicar
uno de los antecedentes inmediatos de la historiografía moderna. Las
hagiografías, es decir las narraciones sobre la vida y obras de los santos fueron
uno de los primeros discursos occidentales que intentaron investigar en el
pasado y no se limitaron a guardar la memoria de los hechos (como en el caso de
los historiadores griegos y romanos), sino que necesitaron de indagar en la
vida de los muertos, para hablar en su nombre y a título de “lo que realmente
pasó”. La historia de la formación del campo religioso en occidente, que de
acuerdo con Bourdieu implica la apropiación de los bienes simbólicos y de la
posibilidad de producirlos por parte de un cuerpo de especialistas, es decir el
clero, es también la historia de los procesos de beatificación, pues en la
primera Edad Media bastaba la veneración popular para que un personaje fuera
considerado tanto, dándose un largo proceso de jerarquización y burocratización, en el que la responsabilidad de declarar un santo recayó en los obispos y en el
papa, pero su punto culminante ocurrió con el advenimiento de la modernidad.
El
espíritu de la contra-reforma católica convirtió los procesos de canonización
en verdaderos juicios. Las comisiones encargadas de las causas de beatificación
y canonización funcionaban como tribunales (seguramente hubo una notable
influencia de los procedimientos inquisitoriales), cuya finalidad era arrancar
la verdad de la vida los muertos, para tener así la certeza de que “de verdad”
esa persona había sido un santo. Los juicios contaban incluso con un personaje
que llegó a ser apodado “el abogado del diablo”, cuyo papel era el de
investigar, indagar y mostrar todos los aspectos negativos del personaje que
pudieran cuestionar su santidad. Esta forma de producir la verdad continuaba
formando parte de un universo simbólico encantado, donde la verificación de los
milagros jugaba un papel crucial, y revisar los criterios que operaron en distintas
épocas para elegir a los venerables y discernir entre quien debía subir o no a
los altares, es un interesante ejercicio que nos permite historiar las
transformaciones del catolicismo, a partir de quienes proponía la jerarquía
como ejemplos a seguir, y de cómo los laicos de diversos orígenes étnicos, de
distinto género y de diferentes clases sociales se apropiaron de ello. Este es
un recuento en el que no me detendré (para el caso mexicano, recomiendo el libro "La santidad controvertida" de Antonio Rubial).
Curiosamente,
los cambios más recientes en los procesos de canonización no
ocurrieron en el siglo XIX, el de la abierta confrontación y condena a la modernidad, ni durante el Concilio
Vaticano II, aunque sabemos que al poco tiempo de éste hubo una “purga” del
santoral católico, pues era imposible demostrar la historicidad de muchos de
sus pertenecientes, lo que nos habla de que ésta iglesia parecía tomarse en
serio su diálogo con la modernidad. Pero hacia la década de 1980 las cosas
cambiaron un poco. Los procesos se acortaron, los requisitos en cuanto al
número de milagros se redujeron, y el número de santos canonizados desde
entonces ha aumentado notablemente, siendo esto parte de una política de Estado
(porque finalmente, el Vaticano sigue siendo un Estado) precisamente de Juan
Pablo II, que al parecer se mantiene; y es precisamente ésta política la que
hizo posible que se le canonizara a muy pocos años de su muerte.
Aún
no me queda claro el por qué ni el para qué de esto, pero de lo que estoy
seguro es que estamos ante una auténtica mutación en el orden del discurso
católico para producir la “verdad hagiográfica”, lo que implica una
transformación reciente en la manera en la que esta institución concibe y busca
representar el pasado y la verdad sobre éste, y sus implicaciones y
consecuencias son difíciles de predecir. Algunos otros ejemplos recientes nos
pueden iluminar un poco sobre la complejidad de la cuestión, específicamente sobre el caso mexicano, que es del que conozco relativamente bien.
Esta
nueva operación hagiográfica no tuvo problemas en canonizar, durante el siglo
XXI, a un personaje del que no se tienen pruebas de su existencia, y que aunque
se habla de su vida como un indígena devoto, es retratado con rasgos españoles.
La canonización de Juan Diego resultó incómoda no solo para cierta izquierda
católica que calificó el acto como una suerte de populismo que rayaba en la
“papolatría”, sino para el mismo abad de la Basílica, que no tuvo empacho en decir
que se canonizaba un símbolo y no a una persona, cuando el proceso al que él
mismo se opuso era irreversible (compárese esto con la purga del santoral).
Pero existen dos procesos, también implicados en nuestro país, que no han
pasado de la “beatificación”. Miguel Agustín Pro SJ es uno de ellos, que aunque ha sido promovido desde hace
décadas por la compañía de Jesús, ha tenido serios problemas para funcionar, debido a las posibles implicaciones del jesuita con organizaciones
contrarrevolucionarias, secretas y tiranicidas, teniendo que, parafraseando a
Fernando M. González, quitársele la pólvora y resaltarle la sangre; sin embargo, el primer
santo popular y la primera causa de canonización de la cristiada ha sido
rebasada por procesos colectivos más recientes que remiten a los mismos años
¿Por qué? Recomiendo los trabajos del autor mencionado, así como la tesis de
Marisol López Menéndez sobre el asunto. Uno más es de Fray Junípero Serra, el
franciscano español que trajo el sistema misional a la Alta California (aunque
vivo en Tijuana, geográficamente estoy más cerca de la misión de San Diego de
Alcalá que de la de San Miguel Arcángel), y que aunque ya fue beatificado, el
proceso fue detenido en parte por la oposición de las comunidades indígenas de
Estados Unidos, alegando algo que todo lector serio de la historia regional
sabe: que las misiones operaban con una lógica y una práctica no muy distinta a
la de campos de concentración.
Esto
nos muestra que los recientes procesos de canonización son complejos, y que la
opinión pública los afecta y al mismo tiempo es afectada por ellos, y lo que
ocurre con Juan Pablo II no es ajeno a ello. ¿Por qué entonces se ha aprobado
la canonización de alguien que, en última instancia, podríamos imputarle la
voluntad de no saber? (Con esto me refiero a que la explicación más coherente
que he escuchado sobre su permisividad con respecto a Maciel no radicó en su
mala voluntad, sino en que tras haber escuchado numerosas calumnias en contra
de sacerdotes, las acusaciones sobre él le parecieron inverosímiles). La respuesta
me parece que ya la dio Roberto Blancarte: es una decisión política para
apostar por la unidad antes que la confrontación. Muchos de los gestos, palabras
e iniciativas de reforma de Francisco, por no decir las pedradas para los malos
sacerdotes, vienen incomodando a ciertos sectores conservadores del catolicismo, al
punto de que el año pasado sonaron rumores (vaya uno a saber qué tan
infundados) de posible cisma. No creo que el proceso de canonización haya sido
imparable para Francisco, pero de hacerlo, (tal vez no definitivamente, pero si dando más tiempo para analizar las pruebas sobre ciertos aspectos controversiales) habría pasado a la historia como un papa
que para reformar la iglesia optó por un camino de confrontación y no uno de
unidad.
Así, Francisco,
el papa venido del fin del mundo se unirá a la fiesta del domingo, compartiendo
con muchos católicos un gesto homólogo al de Lisa Simpson, cuando aunque
descubre que Jeremías Springfield, fundador del pueblo, no solo no fue un
personaje imperfecto, sino que era poco digno de admiración debido a varios
actos que cometió, optó por olvidarse de la verdad para así no privar a su pueblo
de un símbolo, un símbolo que le permitía mantenerse unido e imitar toda una
serie de valores, ciertamente positivos. Al final, no tiene relevancia lo que Jeremías Springfield
hubiera sido en vida, él había sido “grande” y eso es lo que importa. Nos encontramos
con que la operación hagiográfica, en tanto régimen de verdad, es hoy más
eficaz que hace 50 años, consagrándose así como una re-presentación pos-moderna
del pasado por excelencia, donde hay lugar para las relaciones de poder
diacrónicas y sincrónicas, para la política, la poética y la estética, para los sentimientos del pueblo católico y su unidad, pero no para lo “real”
ni para la “verdad”, aquello que si no me equivoco, el fundador del
cristianismo dijo que nos haría libres.
http://www.lossimpsonsonline.com.ar/capitulos-online/espanol-latino/temporada-7/capitulo-16
http://www.lossimpsonsonline.com.ar/capitulos-online/espanol-latino/temporada-7/capitulo-16