En La escritura de la historia, el jesuita francés Michel de Certeau
mencionó, con una frase que mezcla lo irónico y lo místico, que la razón
fundamental de ser de los historiadores en las sociedades modernas es hacer
hablar a los otros, a los que ya no están, a los muertos, y con ello, exorcizar
la angustia que su ausencia nos causa. En el caso de nuestro país, el PRI ha
sido quizá el ventrílocuo por excelencia de los héroes nacionales, construyendo
una buena cantidad de narrativas patrióticas y nacionalistas que durante una
gran parte del siglo XX sirvieron para legitimar su régimen, pues, si bien se
dice que en la modernidad la legitimidad del Estado radica en la soberanía popular,
las hazañas de un pueblo heroico siempre serían un vehículo inofensivo de esta
voluntad comparada con otras prácticas de legitimación, como las elecciones
libres, por ejemplo.
Dentro
de ese anecdotario nacionalista, más parecido quizá a las vidas de los santos
que a la historiografía moderna, hay dos grandes hazañas que le fueron de gran
utilidad a este régimen para legitimarse. Una de ellas es la separación entre
la iglesia y el Estado; pero como la ruptura definitiva fue a su vez causa y
consecuencia de una guerra fratricida, resultaba más conveniente atribuirle el
logro del Estado laico al pastorcito de Oaxaca. Lo interesante es que esto divorcio
no significó que el trono (o la presidencia) y el altar dejaran de negociar,
sino que cual pareja de divorciados co-dependientes, nos trajeran un prolongado
modus vivendi de relaciones
nicodémicas, donde la iglesia católica continuó ejerciendo una notable influencia
en la vida pública aún a pesar de su inexistencia jurídica. Finalmente, para
los obispos resultaba más fácil negociar con los gobernantes por recursos
públicos, o por la censura de alguna película o libro si no se tenía que rendir
cuentas a la opinión pública. Pero eso no importaba, lo importante era que
gracias a los liberales y a la revolución, se había sacado a México del
oscurantismo, y por lo tanto, había que preservar ese logro, y evitar que el
clero volviera a “hacer política”. El peligro del voto católico de oposición
fue la razón por la que Calles se negó a legislar sobre el sufragio femenino, y
por lo que se persiguió encarnizadamente a grupos como la Unión Nacional Sinarquista
o el Partido Acción Nacional, grupos con los que aclaro, no simpatizo.
Ciertamente
el Estado Laico es una necesidad fundamental para la convivencia en una
sociedad plural como la mexicana, o como cualquier otra en el mundo. El
problema es que a veces pareciera que las problemáticas presentes y los
imperativos éticos que deberíamos discutir de manera más urgente pasan a un
segundo plano, de modo que, cuando se plantearon las reformas constitucionales
más recientes en materia religiosa, tuvo más peso el “retroceso histórico”, o
la “reacción” de la “derecha” que, infiltrada en un partido de
centro-izquierda-nacionalista, había profanado la tumba de Juárez, por
caricaturizar dos lugares comunes de muchos colegas, que canalizaron su indignación en la pregunta ¿Qué diría Juárez de estas
reformas?
Otro
tanto sucede con el petróleo y la reforma energética. Ciertamente no es un
asunto menor, pues se trata una de las principales fuentes de recursos
públicos, al tiempo es un material combustible altamente
contaminante y no renovable, que si bien algún día habrá de terminarse, se ha
vuelto cada día más rentable. El asunto es que las discusiones no giran en
torno ni a cuestiones científicas o tecnológicas, y probablemente tampoco en
términos económicos. Lo que nuestros políticos discuten ante la opinión pública
no es si cual es la mejor forma de aprovechar estos recursos, si la reforma
planteada por el presidente es la mejor manera de volver eficiente la
administración de Pemex, sobre si se crearán agujeros fiscales con la
participación de iniciativa privada, y de ser así como serán subsanados. Lo que
cierta “izquierda reaccionaria” - retomando el calificativo de Roger Bartra en
una entrevista reciente, y asumiendo la posibilidad de ganarme descalificaciones
con este comentario- se pregunta es ¿Qué diría Lázaro Cárdenas al respecto? Lo
más interesante de todo es que nuestro presidente, como buen priista, decidió
legitimar su reforma respondiendo a esta respuesta: Lázaro Cárdenas no se
opondría a esta reforma, sino que la apoyaría. En pocas palabras, si en un momento los intereses
presentes no concuerdan con el pasado que el mismo PRI inventó, solo hay que
cambiar ese pasado por uno que encaje con las nuevas prioridades.
¿Qué
tan “modernizadora” es una reforma que necesita especular sobre la opinión de
los muertos para legitimarse? Habrá que ver quienes tienen mejores ventrílocuos
para hacer hablar al “Tata” Cárdenas sobre el asunto, y convencer a la opinión
pública de que la reforma energética es, o una medida que beneficiará al país, en
consonancia con nuestros héroes patrios, o una profanación de sus logros históricos.
Permitiéndome preparar un brebaje teórico, si por un lado recuperamos las tesis
de historiadores como Michael Burleigh y de sociólogos como Robert Bellah, que
afirman que el nacionalismo funciona de manera muy similar a los sistemas de
pensamiento religioso, y citamos la célebre frase marxista de la religión como
el opio de los pueblos, quizá nos demos una idea de los términos y parámetros en
los que se toman este tipo de decisiones.